La madrugada de San Fermín me asaltó
un sueño extraño. Quizá azuzado por los últimos acontecimientos de Egipto, por
el derrumbe de la vida púbica española, puede que abducido por las noches de canícula…
No sé si a modo de terapia, me permito compartirlo con ustedes. Era en color,
con banda sonora y escenas muy vívidas. En fin, una peli que cautivó mi
atención por un tiempo que no sabría definir pero que se desarrollaba en el
verano del 2014. Me desperté temprano –en el sueño- y puse la radio en una
emisora que en vigilia había decidido vetar: RNE-1 emitía música pop española
de los ochenta y no había noticias. Intenté cambiar de dial sin éxito…; de
nuevo en la radio pública el boletín de
las ocho informaba que el país estaba bajo control de un directorio militar
integrado por algunos coroneles y capitanes de mediana edad (eso explicaba el
remix de pop ochentero). Recurrí a Internet, a las redes sociales… y me topé
con el gran apagón. En TVE, única cadena activa, aparecía en esos momentos el
portavoz del directorio, sin banderas ni retrato del Rey, tras un fondo de una
atinada imagen de satélite de la Península Ibérica. Era un joven coronel de
semblante relajado, de convincentes habilidades comunicativas. Comentó que la
Operación Dignidad se había producido in
extremis para poder “recuperar el impulso ético de un país mancillado por los políticos, la
corrupción e intereses espurios….”. Pidió excusas por la momentánea suspensión
de algunas garantías democráticas (obvió la palabra “constitucionales”), insistiendo
en que esto era transitorio y por razones estratégicas, pero que precisamente
esta excepcionalidad lo que buscaba era recuperar la genuina democracia. Nunca
tuve simpatías por los militares y mucho menos por sus incursiones políticas en
este país, que tradicionalmente han sido para machacar al pueblo, pero esta vez
me sorprendió mi empatía con lo que transmitía ese uniformado… Se despidió con
una sonrisa indicando que a mediodía habría una rueda de prensa abierta a todos
los medios en el Congreso de los Diputados.
La situación en el país del sueño se
había deteriorado gravemente. La economía no remontaba, la deuda y el paro
disparados pendían cual espada de Damocles en contraste con otros indicadores
económicos en catalepsia. Todo eran recortes, despidos y mermas en derechos de
los trabajadores sin que fluyeran los capitales para reanimar el motor
productivo. Pero era mucho más preocupante la situación política, con una
abierta guerra en el partido del gobierno a consecuencia de las continuas
revelaciones de Bárcenas (propiciadas por la conspiración Aznar-Gallardón-Pedro
J). El PSOE también había estallado en banderías tras la decisión de Rubalcaba
de presentarse como candidato para “salvar la estabilidad”. Por no hablar del
jaque a la Monarquía con Urdangarín en la cárcel y algunos magistrados -la
judicatura, como la prensa, era mayoritariamente cipaya- cercando a su esposa y
presunto cómplice. Todo ello agrandaba la indignación en la ciudadanía empezando
a cuajar los discursos más radicales. Surgieron grupos abiertamente fascistas,
aunque predominaban cívicas propuestas regeneradoras para acabar con el Régimen
de la Transición, sinónimo ya de corrupción, desigualdad y privilegios. Pero lo
que nadie se esperaba era la vuelta del terrorismo, no del etarra, sino de
varios grupos que enseguida fueron tachados de “antisistema”, si bien irían
ganándose la empatía ciudadana por sus acciones nunca letales contra bienes de
banqueros, grandes empresarios, elite política y alto clero. El más activo fue
el Frente 12 de octubre, que irrumpió celebrando el día de la Hispanidad con la
voladura del chalé del Presidente de un banco. Aunque no hubo víctimas, la
acción fue un shock para la clase
política y financiera. Por vez primera ellos sentían “el miedo que habían socializado entre los ciudadanos con sus injustas
medidas”, según rezaba el breve
comunicado de los “terroristas” que pretendían luchar contra este “Estado
cleptómano de cohecho”.
Se celebró por fin la esperada rueda
de prensa con el citado portavoz rodeado de un grupo de uniformados que no
superaban el rango de coroneles. Tranquilos y sonrientes, anunciaron que el
país recuperaría progresivamente la normalidad, que el Rey “estaba informado”,
que Gobierno y Parlamento quedaban suspendidos para propiciar un proceso
constituyente que garantizase reglas de juego auténticamente democráticas. Para
ello se celebrarían unas elecciones en tres meses bajo un sistema proporcional
justo, listas abiertas y el concurso de todas las agrupaciones políticas que
cortapisas; solo se vetaría a los candidatos implicados en casos de corrupción
(incluyendo el Presidente Rajoy y buena parte de la clase política). Durante
dos largas horas los militares respondieron con soltura a todas las preguntas de
los periodistas sin restricciones ni evasivas, poniendo sobre el tapete un
programa reformista que venían defendiendo las plataformas ciudadanas
avanzadas. Los “coroneles bonitos”, como se les empezó a llamar, justificaban
su recurso a la fuerza para neutralizar las “maniobras de los poderes
oligárquicos”. No se equivocaban, las andanadas llegaron desde la Comisión
Europea, el FMI, el Banco Central Europeo… Angela Merkel salió a la palestra
para “exigir” la vuelta a la normalidad democrática sumándosele otros corifeos europeos
mientras Estados Unidos callaba… Se sucedieron presiones muy fuertes desde
instancias económicas y del “viejo régimen”, pero paralelamente grupos de
ciudadanos activos neutralizaban esa ofensiva en el ciberespacio o
presencialmente, blindando lugares estratégicos para la “causa del pueblo”
coordinados con los “golpistas”, quienes nunca imaginaron un escenario tan
propicio. Las presiones internacionales se reavivaron tras la noticia de que en
Lisboa se había perpetrado otro golpe de mano de “los nuevos capitanes de
abril” en sintonía con los hermanos ibéricos. Igualmente en Atenas estalló la
rebelión, esta vez sin militares, y la plaza Sintagma se desbordó exigiendo el
final de la dictadura de la troika. En ese momento me desperté con una extraña
sensación. Pensé que todo era un despropósito, que el Ejército no era del 15-M,
que los ciudadanos se resignaban impotentes, que la impostura democrática y la
corrupción seguían allí supervisadas por las oligarquías financieras… Eran las
ocho, encendí el televisor y me topé con el primer encierro de los sanfermines.
Todo seguía igual. O no.