BITÁCORA DE UN NÁUFRAGO INDIGNADO



Desde una isla casi desierta, un Robinson en el océano de la globalización. Atento/conectado/indignado veo pasar el mundo nada indiferente. Una verbena, un gran guiñol, un despropósito… Mas no puedo huir del sinsentido; estoy enganchado al destino de los demasiado humanos. Estoy condenado a pensar el mundo y verterlo en palabras y lanzarlo al mar en botellas de ceros y unos.



Etiquetas

martes, 27 de enero de 2015

EL CORAZÓN DEL CAIMÁN, CUANDO GALDÓS SE HACE CUBISTA


Tiempos extraños. En plena era transmedia las estanterías de la FNAC y el Corte Inglés rebosan “neogaldosianismo garbancero” (esta vez sí tiene sentido el injusto insulto de Valle-Inclán a Don Benito). El corazón del caimán se ha hecho un hueco en esos anaqueles pero es otra cosa. Absorbe lo mejor de Galdós siendo una novela del mejor siglo XX, con todo el mérito que supone en medio de una literatura mainstream anclada en el siglo de Comte. Pilar Ruiz es una narradora de pulso certero, cuyo relato se traza con calculado tiralíneas sin dejar rastro, dotando a ese sólido esqueleto de músculos y venas por donde discurre la vida fabulada. Arquitectura narrativa para la ajetreada existencia de unos personajes creíbles, humanos, cercanos: vivos. Un texto de apariencia sencilla, pero de gran complejidad, como las películas de John Ford, Lubitsch o Howard Hawks. El corazón del caimán es como el mejor cubismo: te olvidas de los planos analíticos para adentrarte en el interior del bodegón que reta tu mirada extraviada; hueles la manzana, saboreas la pipa, hasta llegas a leer el periódico del collage… No es casual la alusión al movimiento de Picasso y Braque, porque esta novela tiene algo de cubista en su estructura fragmentada, asincrónica, entretejida de sugerentes planos espaciotemporales. Esta asimilación de las enseñanzas de Einstein –que no por casualidad alumbraron el citado movimiento pictórico- sitúa a la narración de Pilar Ruiz en el corazón del siglo XX, contrastando con un retardatario panorama actual que ha corrido el palito del anuario romano hacia la izquierda. Así pues, este relato histórico es un alegato de modernidad en pleno éxtasis neodickensiano, discurriendo por su arteria literaria el legado de la lost generation y de los escritores que trascendieron el realismo del que también es heredera.

Dicho en términos cinematográficos, estamos ante un relato manierista, de esos que evolucionaron desde la solidez del clasicismo hacia la consciencia del artificio con sentido, como las películas del último John Ford, del Hitchcock maduro o del mejor Douglas Sirk. En medio del garbanzal ibérico ha brotado una novelista moderna manierista cubriendo un hueco que se hacía esperar. Estamos ante una obra plenamente consciente, no solo en su diseño narrativo, también en la cuidada elección de cada palabra, en el estudiado tono y discurrir de los personajes. Una narración que da pie a múltiples lecturas, como los planos de un cuadro de Juan Gris; posiblemente determinados lectores se quedarán en la primera capa, pero se ofrece la posibilidad de adentrarse en otras sucesivas que la convierten en crónica libertaria del desastre del 98, epopeya de mujeres fuertes más allá de la ortodoxia feminista, soterrada crónica de amour fou o indignado testimonio de la endémica miseria de ser español. Resulta, de hecho, muy sugerente mirar la actualidad desde el crítico espejo histórico que se nos ofrece en este libro sembrado de cargas de profundidad contra el establishment… Pilar Ruiz es capaz de proponer este y otros juegos respetando el marco “femenino melodramático” que impone una editorial con vocación mayoritaria; pero eso es solo el cascarón que alberga una propuesta mucho más atrevida, larvada de guiños al lector avisado ya en los nombres: el hada Ada, el nada victorioso Víctor, la negra Pompeya (Manet llamó a la de su cuaro Olympia) que es un yacimiento de sabiduría afrocubana…; por no hablar de la institutriz Antoinette Doinel y otras alusiones que generan más pliegues de lectura más allá de los espejos planos del realismo melodramático de partida. Quizá todo este cóctel, también genérico (aventuras, melodrama, crónica histórica, comedia, tragedia…), esa vena lúdica sean inevitablemente posmodernos –nadie escapa a su tiempo-, pero esta aventura literaria es principalmente hija de esa modernidad avanzada que en cine se expande desde Ciudadano Kane y en literatura debe mucho a Conrad, cuyo corazón late en las tinieblas de esta obra luminosa.