BITÁCORA DE UN NÁUFRAGO INDIGNADO



Desde una isla casi desierta, un Robinson en el océano de la globalización. Atento/conectado/indignado veo pasar el mundo nada indiferente. Una verbena, un gran guiñol, un despropósito… Mas no puedo huir del sinsentido; estoy enganchado al destino de los demasiado humanos. Estoy condenado a pensar el mundo y verterlo en palabras y lanzarlo al mar en botellas de ceros y unos.



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sábado, 15 de octubre de 2011

HACIA UNA DEMOCRACIA QUE SEPARE EL PODER POLÍTICO DEL FINANCIERO





La Modernidad dio comienzo en Occidente cimentada en tres pilares: la declaración de los derechos del hombre, la apuesta por la razón y la ciencia y la separación entre Iglesia y Estado. La Posmodernidad vino a revelarnos que todos los “grandes relatos” eran eso, relatos, también el de la propia Modernidad. Cuando parecía que todos los mitos habían sucumbido nos dimos cuenta que no era cierto (Lyotard, profeta de la posmodernidad, lo advirtió al final de su vida). Quedaba uno sin derribar... El tándem Reagan/Tatcher, refrendado  por los profetas del “final de la Historia” y los gurús del neoliberalismo, lo dejó claro: vencido el comunismo, solo nos quedaba el Mercado, con mayúsculas. Todos, incluidas las corrientes políticas dominantes, conservadoras o socialdemócratas, parecieron asumir ese dogma; unos para sacralizar las inercias de la libre iniciativa (Adam Smith estableció que contribuía al bien común), otros para paliar sus desajustes en un Estado de Bienestar cada vez más acosado. Todo se gestaba desde la única Superpotencia. En el orden político Estados Unidos ejercía con singular arbitrariedad su papel de solitario supergendarme global, mientras el orden económico quedaba a expensas de los caprichos del Mercado. Ambas tendencias llegaron al paroxismo durante la égida de George Bush Jr. Mientras ejercía un control paranoico en su combate sin cuartel contra el terrorismo y otros enemigos imaginarios (las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein), dejaba operar sin cortapisas a los tiburones de Wall Street. Desmantelada la industria (China era ahora la fábrica del mundo) el poder mundial se ejercía desde un sector financiero hipertrofiado. Wall Street estaba sustituyendo como poder fáctico al célebre “complejo industrial-militar” sobre el que alertó el presidente Eisenhower  en una última alocución televisada que resultó profética.
Las consecuencias de este cambio de supremacías son bien conocidas y las estamos padeciendo desde el verano de 2008. Y no es una situación exclusiva de Estados Unidos, sino que afecta a todo Occidente. Eso explica que nuestros gobiernos, más allá de las primeras proclamas de control financiero, hayan acudido prestos a socorrer a los bancos con dinero público.  Eso explica que la Unión Europea esté pilotada por los intereses de los bancos franco-alemanes, los auténticos acreedores de todos los “cerdos” (PIGS) que están sacrificando sin piedad en un San Martín encadenado, de Atenas a Dublín pasando por Lisboa. Ante esta tiranía financiera nada tienen que hacer las políticas socialdemócratas, cuyos mentores han sido igualmente forzados a desmontar el Welfare State. Papandreu y Rodríguez Zapatero son dos ejemplos de ese obsceno trágala que está descalificando la izquierda posibilista europea. ZP ha sido un presidente tolerante con esa prepotencia financiera -nunca cuestionó la primacía del entramado bancario español y la burbuja inmobiliaria que sostenían- por muchos gestos progresistas que hiciera en materia de derechos sociales (eso es folklore para Botín y Cia) y cortes de mangas al Imperio (al final la cesión de Rota le ha convertido en el más fiel de sus monaguillos). Es el sino de las actuales “democracias avanzadas”: elegir a dirigentes que son tolerados por el omnipoder financiero siempre y cuando no cuestionen su supremacía. Obama es un caso paradigmático. Tras el fiasco de su zafio y estulto predecesor, se requería un rostro más presentable y políticamente correcto para mantener el tinglado: que todo parezca que cambie para que todo siga igual. El primer presidente afro-americano ensayó algunos cambios aguados o frenados por los republicanos (los agresivos guardianes del sistema y de las esencias), pero no cambió nada sustancial en la cuestión clave; el poder financiero seguía incólume.
Y así siguen las cosas como les interesan a los que realmente mandan. Éstos también controlan los thinks tanks y los oráculos académicos. El incisivo y riguroso documental Inside job descubre los chalaneos entre las facultades de economía que dominan el pensamiento en el sector y los intereses de los poderes financieros. Quizá eso explique que los economistas no dan una en las predicciones –los críticos que acertaron no tenían altavoces mediáticos- y se hayan convertido en especialistas en explicar todo solo a toro pasado. Entre tanto, los ciudadanos del primer mundo están desconcertados, dedicándose a castigar a los gobiernos para exorcizar el fantasma de la crisis. Eso es lo que va a ocurrir previsiblemente en España el próximo 20-N. La gente votará al PP tras los desaguisados socialistas, sin reparar que ese partido todavía no ha mostrado apenas medidas de gobierno y donde gobierna aplica con pulso firme el desmontaje del Estado de Bienestar, empezando por la educación y la sanidad. Amparados en la creencia de que nada puede ser peor que lo anterior, de que “la derecha gestiona mejor la economía”, el electorado español puede optar por un gobierno conservador que defiende el modelo neoliberal que ha ocasionado el apocalipsis actual. ¿Cómo se puede apagar el fuego llamando a los incendiarios? Pero la coherencia no parece ser el valor más reclamado por una ciudadanía sangrada por el paro y con deseos de que se dinamice la economía al precio que sea…
Sin duda, la clave no está en mudar de siglas políticas, sino en cambiar de sistema. Necesitamos una refundación del capitalismo y de la democracia representativa, secuestrada ésta por la partitocracia y ambos por los centros financieros. Como ocurriera en la génesis del sistema en el siglo XVIII, cuando se liberó la cosa pública de la tutela religiosa, ahora necesitamos que el poder político se independice del poder financiero. Ese cambió de sistema es lo que reclaman muchos ciudadanos en todo el mundo, a través de movimientos como el 15-M o el más reciente de Occupy Wall Street; también es lo que demandan muchos intelectuales libres (no paniaguados de Wall Street y demás turiferarios). Solo con esta presión ciudadana sobre unos políticos que han hecho dejación de su supremacía moral y política sobre las instancias financieras se pueden encaminar las cosas hacia una solución duradera. Y para ello hay que preservar un estado de bienestar viable, un tejido económico dinámico, competitivo, respetuoso con la excelencia y un equitativo sistema fiscal.  Lo demás, es decir, el juego de la elección de esos logos que han secuestrado la democracia real, es pan para hoy y hambre para mañana.

                                           Jaime Miñana    @jaimeminana



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