JUAN CARLOS I CLAMA POR LA UNIDAD DE ESPAÑA
El Rey escribe una carta demandando la “unidad de España”. Se ha saltado el papel institucional que le asigna una Constitución que garantiza esa cohesión nacional bajo vigilancia del Ejército. Indudable herencia franquista que la realidad está superando, como demostró la “algarabía independentista” del 11 de septiembre en Barcelona.
La monarquía juancarlista debería reinventarse abandonando los tics centralistas que provienen de Franco y enlazan con el gen francés de los borbones. Juan Carlos debería hacerse más Habsburgo, esa dinastía que garantizaba la cohesión de las Españas con un pacto particularizado de cada territorio con la Corona. No olvidemos que la primigenia unidad ibérica surgió de la unión pacífica de dos monarquías (“tanto monta…”) que preservaba identidades y particularidades. Los borbónicos Decretos de Nueva Planta rompieron esa tradición hispánica a comienzos del XVIII imponiendo a sangre y fuego el centralismo de matriz gala. La solución ante el empuje de los impulsos centrífugos no está en clamar por la unidad o en llamar al Ejército –lo que celebrarían tantos en la derecha- para garantizarla por la fuerza, sino en la conversión del Borbón en un monarca Austria. O lo que es lo mismo, en adoptar una Monarquía ajustada a una lógica confederal, que es la fórmula a la que habrá que tender el Reino de España a medio plazo si no se quiere acabar como en el Rosario de la Aurora. La Monarquía podría ser garante de este proceso que salvaría la cohesión ibérica. Pero la inercia del unitarismo franquista, que logró estampillarse en la Constitución, parece demasiado fuerte y demasiado ligado al destino del actual monarca. Y eso es precisamente lo que está contribuyendo a desmantelar esa España unitaria que se pretende defender con tamaño empecinamiento.
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