O de cómo el Rey recuperó el favor de
su pueblo
En el “mensaje embotellado” del
pasado 8 de marzo escribí que Juan Carlos I era un experto en crear
relatos heroicos a partir de lo que Jacques Lacan llamaba “la
verdad”, que, como cabe esperar, es mucho más prosaica y a veces
siniestra. Pues bien el episodio del elefante ha tirado por tierra
todo este talento fabulador, atribuible al monarca o, visto lo visto,
a sus comunicadores. Gravísima metedura de elefante la del Rey,
pocos reflejos los de su equipo de imagen al principio… Quizá
hubiera bastado con que contaran la verdad (aquí no había opción
para nada heroico): José Antonio Zarzalejos la contó en El Confidencial.
Hubiera bastado con dejar caer que el monarca se rompió la cadera
haciendo “el salto del tigre” con una aristócrata rubia con
nombre de filósofo y los españoles hubieran perdonado otra aventura
más del lúbrico Borbón. Pero eso de cazar elefantes, especie
protegida y tan simpática, siendo además presidente de honor de
WWL-Adena…
Tras el desconcierto inicial, el equipo
de comunicación de la Zarzuela reaccionó para escenificar una
catarsis televisiva de contrición. Las ya célebres “11 palabras”
(suena a cofradía de Semana Santa) parece que han recobrado la tan
querida imagen humana de Don Juan Carlos. Una certera maniobra en un
momento crucial, la historia heroica continúa, esta vez con lenguaje
fordiano: Juan Carlos sale del marco de la puerta, se encuentra
“casualmente” a los periodistas y escenifica con gesto compungido
de niño el perdón; después se pierde por el fondo, ayudado por
muletas, escoltado por el doctor en una fuga de héroe herido
de western hacia territorio mítico. El Rey se ha
reconciliado con su pueblo y allí estaban las televisiones elegidas
–las oficiales, que propiciaron el pie de la magnífica
interpretación: “Majestad cómo se encuentra”- para
convertirse en testigos y difundidores. “Lo siento mucho, me
he equivocado y no volverá a ocurrir”, el sello de un nuevo
pacto entre el monarca y sus súbditos, ¿o somos ciudadanos?
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